Entre todo aquel silencio, resonaba un ruido que se repetía en distintos puntos de la estancia para luego, tras unos pasos y un par de toques de botones, cesar. Era el sonido de la urgencia, de la proximidad del fin o del fin mismo, de la desesperación e irónicamente también de la esperanza. Era el sonido que de alguna forma la mantenía con vida, pero a su vez le provocaba nauseas.
Ahora, estando en esa butaca mullida se pregunta en qué momento llegó allí. Y sin darse cuenta, comienza a vagar en sus recuerdos hasta llegar a aquel veintitrés de octubre en el que una llamada cambiaría el curso de su vida.
Fue un lunes cualquiera. Valeria se había levantado otro día más a las cinco de la mañana con el tiempo justo para vestirse e ir a trabajar con el resto de sus compañeros. Sin embargo, había algo diferente. Valeria esperaba una llamada, una llamada que podría cambiar su vida en los próximos seis meses. Ahora, ahora que por fin veía avanzar su carrera, su vida, llegaba esa llamada arrasándolo todo. En solo unos segundos se había quedado indefensa en medio de una batalla inmensa, en un país extranjero, lejos de su familia y con la incertidumbre de si ganaría.
Había sido una llamada breve pero con un mensaje claro: tenía cáncer de mama. Aquello que había empezado con un pecho inflamado y un ligero dolor al tacto había resultado ser cáncer. Desde el inicio esa idea rondaba su cabeza pero intentaba acallarla en un intento por ser positiva. Sin embargo, tenía razón.
En aquel momento no entendía cómo en solo dos semanas su vida había cambiado de aquella manera. Y, aún hoy, sentada en esa butaca mullida en la sala de quimioterapia se sigue preguntando lo mismo.